Breve comentario:
Ciertamente, uno sale modificado/a luego de transitar por la experiencia artística, visual, emocional y profundamente social que orece “Esquivando Tumbas. Tragedia Porteña”.
Tragedia Porteña… que bien puede describir la o las tragedias de “Ser Humano”, casi en cualquier lugar, pero no en cualquier tiempo. Digo “casi”, porque los dolores, las miserias, las historias desgarradas que viven sus personajes, son las propias de los hombres y mujeres de las sociedades modernas: soledad, desencuentro, desamor. Además también están algunos de los mayores males posmodernos a saber: la individualidad y la indiferencia, trazados en una lucha a muerte.
Buenos Aires o París, hoy o hace 25 años, qué más da, si eso no los modifica. Cada uno de los personajes desgrana una historia, elige contarnos su vida, o mejor dicho, fragmentos de su vida que, inevitablemente nos pone(¡aunque nos resistamos con vehemencia!) frente a frente con fragmentos de nuestras propias historias, de muestras propias vidas, tanto individuales como colectivas. No hago referencia sólo a personajes que se nos podrían antojar como estereotipados, por ej.; el represor (Justo) o la travesti (Violeta). Es tal la grandeza de lenguaje no sólo textual, sino también gestual y corporal, que atraviesan el espacio de lo simbólico que emerge desde cada centímetro del escenario y fluye y se desplaza entre y a través de los cuerpos en escena.
Aquí nada es porque si. A nosotros, espectadores, no se nos está permitido escapar de los misterios, ni de los designios de lo que representan, en sí mismos los discursos por ej. de Obdulia y Marlene, que si bien son dos mujeres diametralmente opuestas, experimentan similares dolores productos estos de la sociedad de nuestro tiempo. El dolor de Obdulia no es provocado por la inseguridad reinante, pero el desenlace de su historia sí es producto del desinterés, de la falta de conmiseración, de la falta de solidaridad y hasta incluso de visibilidad, aunque ella pretenda lo contrario, lo que la hace traspasar todos los límites, los permitidos y los no permitidos, los posibles y los imposibles, los deseados y los no deseados… poniéndonos a nosotros, espectadores, como incrédulos testigos y cómplices involuntarios.
Marlene, la segunda mujer en cuestión, es quizás, la más solitaria de todos los personajes. Pone sobre la mesa nuestro castado más escondido y más vulnerable. Ni el Amor, ni el Romanticismo parecen ser ni bienes, ni valores cotizados socialmente y deberá pagar caro por su credulidad u obstinación.
Se entremezclar en la trama cuestiones mucho más complejas, en las cuales las subjetividades parecen quedar en suspenso, suspendidas justamente en un tiempo irreal, pero que a fuerza de puro conflicto se enfrentan unos y otros, todos contra todos, en una lucha de poderes que se da en tiempo real, donde los instrumentos de dominación y control son de lo más diversos e inesperados.
Se pretende dominar a través de las fuerza y de la impunidad que otorga cierto poder ilegítimo, que se resiste a ser desplazado y cambia el discurso descaradamente, como es el caso de Justo.
Se pretende dominar a través del sexo y la humillación sistemática del otro, sea quien sea ese otro. Es tan grande la omnipotencia (¿o la impotencia?) de Obdulia, que termina perdiendo de vista su objetivo de dominación y de venganza, si es que alguna vez logró delimitarlos.
Se pretende dominar, también, a través de manipular la sumisión, de no hacerse cargo que el verdadero poder está en la rebelión, en cerrar la valija de títeres y tirar las llaves de una vez y para siempre. No obstante, quizás el conserje sea el único con posibilidades más auténticas de liberarse y reivindicarse… si se anima.
La dominación puede venir, también, de la mano del amor y el desamor. Marlene conjura el desamor y utiliza como arma o instrumento contra los otros, la mentira., Se miente y les miente amor, pero como única posibilidad de autodefensa.
Se pretende dominar, también, a través de la seducción, de la delicadeza y sobre todo, a través de saber cuál es el lugar que la sociedad le tiene asignado a cada sujeto. Violeta se corre de ese lugar, no se auto margina. Es la más digna de todos los personajes, porque entre otras cosas, sus armas o instrumentos, son su franqueza y su frontalidad.
Por último y eso me resulta sumamente paradójico: se puede dominar también, a través de la verdad. Esa Verdad, que no sólo evangélicamente nos hace libres, sino que domina para develar y arrinconar culpables. El hombre mojado dice y muestra infinitamente más de lo que parece. No solo representa la culpa y la tumba de Justo, sino que es una entidad en sí mismo. Lo domina porque ya no le permite esconderse o camuflarse detrás de rosarios ni de falsas disculpas.
Ciertamente, uno sale modificado/a luego de transitar por la experiencia artística, visual, emocional y profundamente social que orece “Esquivando Tumbas. Tragedia Porteña”.
Tragedia Porteña… que bien puede describir la o las tragedias de “Ser Humano”, casi en cualquier lugar, pero no en cualquier tiempo. Digo “casi”, porque los dolores, las miserias, las historias desgarradas que viven sus personajes, son las propias de los hombres y mujeres de las sociedades modernas: soledad, desencuentro, desamor. Además también están algunos de los mayores males posmodernos a saber: la individualidad y la indiferencia, trazados en una lucha a muerte.
Buenos Aires o París, hoy o hace 25 años, qué más da, si eso no los modifica. Cada uno de los personajes desgrana una historia, elige contarnos su vida, o mejor dicho, fragmentos de su vida que, inevitablemente nos pone(¡aunque nos resistamos con vehemencia!) frente a frente con fragmentos de nuestras propias historias, de muestras propias vidas, tanto individuales como colectivas. No hago referencia sólo a personajes que se nos podrían antojar como estereotipados, por ej.; el represor (Justo) o la travesti (Violeta). Es tal la grandeza de lenguaje no sólo textual, sino también gestual y corporal, que atraviesan el espacio de lo simbólico que emerge desde cada centímetro del escenario y fluye y se desplaza entre y a través de los cuerpos en escena.
Aquí nada es porque si. A nosotros, espectadores, no se nos está permitido escapar de los misterios, ni de los designios de lo que representan, en sí mismos los discursos por ej. de Obdulia y Marlene, que si bien son dos mujeres diametralmente opuestas, experimentan similares dolores productos estos de la sociedad de nuestro tiempo. El dolor de Obdulia no es provocado por la inseguridad reinante, pero el desenlace de su historia sí es producto del desinterés, de la falta de conmiseración, de la falta de solidaridad y hasta incluso de visibilidad, aunque ella pretenda lo contrario, lo que la hace traspasar todos los límites, los permitidos y los no permitidos, los posibles y los imposibles, los deseados y los no deseados… poniéndonos a nosotros, espectadores, como incrédulos testigos y cómplices involuntarios.
Marlene, la segunda mujer en cuestión, es quizás, la más solitaria de todos los personajes. Pone sobre la mesa nuestro castado más escondido y más vulnerable. Ni el Amor, ni el Romanticismo parecen ser ni bienes, ni valores cotizados socialmente y deberá pagar caro por su credulidad u obstinación.
Se entremezclar en la trama cuestiones mucho más complejas, en las cuales las subjetividades parecen quedar en suspenso, suspendidas justamente en un tiempo irreal, pero que a fuerza de puro conflicto se enfrentan unos y otros, todos contra todos, en una lucha de poderes que se da en tiempo real, donde los instrumentos de dominación y control son de lo más diversos e inesperados.
Se pretende dominar a través de las fuerza y de la impunidad que otorga cierto poder ilegítimo, que se resiste a ser desplazado y cambia el discurso descaradamente, como es el caso de Justo.
Se pretende dominar a través del sexo y la humillación sistemática del otro, sea quien sea ese otro. Es tan grande la omnipotencia (¿o la impotencia?) de Obdulia, que termina perdiendo de vista su objetivo de dominación y de venganza, si es que alguna vez logró delimitarlos.
Se pretende dominar, también, a través de manipular la sumisión, de no hacerse cargo que el verdadero poder está en la rebelión, en cerrar la valija de títeres y tirar las llaves de una vez y para siempre. No obstante, quizás el conserje sea el único con posibilidades más auténticas de liberarse y reivindicarse… si se anima.
La dominación puede venir, también, de la mano del amor y el desamor. Marlene conjura el desamor y utiliza como arma o instrumento contra los otros, la mentira., Se miente y les miente amor, pero como única posibilidad de autodefensa.
Se pretende dominar, también, a través de la seducción, de la delicadeza y sobre todo, a través de saber cuál es el lugar que la sociedad le tiene asignado a cada sujeto. Violeta se corre de ese lugar, no se auto margina. Es la más digna de todos los personajes, porque entre otras cosas, sus armas o instrumentos, son su franqueza y su frontalidad.
Por último y eso me resulta sumamente paradójico: se puede dominar también, a través de la verdad. Esa Verdad, que no sólo evangélicamente nos hace libres, sino que domina para develar y arrinconar culpables. El hombre mojado dice y muestra infinitamente más de lo que parece. No solo representa la culpa y la tumba de Justo, sino que es una entidad en sí mismo. Lo domina porque ya no le permite esconderse o camuflarse detrás de rosarios ni de falsas disculpas.
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